martes, 15 de enero de 2008

Rosa Luxemburgo: Un Pensamiento Irrecuperable...Por Jose María Delgado

15 de enero, se cumple el 89 º aniversario del asesinato de Rosa Luxemburg, como cada año activistas de izquierdas se reuniran en Berlin, el homenaje a Rosa Luxemburgo tendrá el tinte claramente anticapitalista que lo caracteriza, anticapitalista y tan para nada sectario como es habitual: concernidos estarán jovenes y menos jovenes de casi todas las tendencias marxistas, comunistas, pero también libertarios, autónomos, confrontan en cada convocatoria su determinación antisistema con los poderes burgueses, como gustaría a Rosa, borrando fronteras inútiles, sectarias, en la lucha de clases contra el capital, sin embargo, y puesto a no borrar fronteras ya deberian troskistas, leninistas, abstenerse de tratar de incorporar el pensamiento de Rosa al leninismo, de tratar de "recuperar" de la manera tan oportunista y que tan mal condice con su pretendido rigor doctrinario - un manera de sublimar el sectarismo - que los ha llevado (a los trotkistas, particularmente) a dividirse y escindirse hasta el infinito, un pensamiento y una obra teórica con el que el bolchevismo no tenía nada que ver, - y menos aún la socialdemocracia gobernante en la Europa después de la II Guerra Mundial - ni en relación con la idea de democracia, con la concepción de la relación partido-masas, ni en relación con la pedagogia revolucionaria que atribuía a las luchas de masas, y sobre todo nada que ver con la utilización urbi et orbi del principio o derecho de autodeterminación de las nacionalidades que los trotskistas (y ex-stalinistas) hacen al dia de hoy.

Es un hecho reconocido por todos los historiadores que la "liberación de los pueblos oprimidos" sirvió de pretexto ideológico al imperialismo alemán, al francés, y finalmente en su formulación mas "coherente" y supuestamente imparcial al imperialismo estadounidense con la formulación de los 18 puntos de Wilson, para justificar la gran matanza, la barbarie de la Gran Guerra, a este respecto Rosa Luxemburgo formuló la denuncia mas clara y taxativa:

"En la historia de las luchas de clases estos "slogans" revisten a veces una importancia muy concreta. En la presente guerra mundial, es un sino fatal del socialismo estar predestinado a proveer de pretextos ideológicos a la política contrarrevolucionaria. Cuándo aquella estalló, la socialdemocracia alemana se apresuró a decorar con un escudo ideológico, extraído del arsenal seudo-marxista, el bandidismo del imperialismo germánico, explicándolo como la campaña de liberación contra el zarismo ruso auspiciada por nuestros viejos maestros. En las antípodas de los socialistas gubernamentales, estaba destinado a los bolcheviques llevar agua al molino de la contrarrevolución con la consigna de la autodeterminación nacional y de proveer así de una ideología, no solo para el estrangulamiento de la misma Revolución Rusa, sino para la proyectada liquidación en sentido contrarrevolucionario de toda la guerra mundial. Tenemos todas las razones para examinar muy a fondo desde este punto de vista la política bolchevique. El "derecho de la autodeterminación nacional" acoplado a la Sociedad de Naciones y al desarme por gracia de Wilson, constituye el grito de batalla tras el cual debería desarrollarse la inminente rendición de cuentas del socialismo internacional con el mundo burgués. Es evidente que la consigna de la autodeterminación y el conjunto del movimiento nacionalista, que en el presente constituye el mayor peligro para el socialismo internacional, han recibido un extraordinario refuerzo precisamente de la Revolución Rusa y de las negociaciones de Brest." (cfr. Rosa Luxemburgo. La Revolución Rusa. La cuestión de las nacionalidades)

Rosa condenó como todo sabemos la claudicación de Brest-Litovsk que selló el fin de la revolución rusa y predeterminó su "nacionalización" y con ello sentó las bases de la era de Stalin y de su definitiva consolidación en tanto que mero capitalismo de estado, a la postre siguiendo implicitamente las teorías económicas del desarrollo nacional alemán formuladas por Friedrich List en el siglo XIX. Rosa condenó sin paliativos como un principio pequeñoburgués ese supuesto derecho que tan caro le era a Wilson (así el historiador británico Eric Hobsbawm le llama "derecho de autodeterminación wilsoniano-leninista" ):

"En la obstinación y rigurosa coherencia, con que Lenin y sus compañeros se mantuvieron en esta consigna, lo que sorprende es que está en contradicción tanto con su tan proclamado centralismo como también con el comportamiento que asumieron frente a otros principios democráticos. Mientras demostraban un frío desprecio frente a la asamblea constituyente, el sufragio universal, la libertad de prensa y reunión, en síntesis, frente a todo el aparato de de las libertades democráticas fundamentales de las masas populares, que en su conjunto constituían el "derecho de autodeterminación" para toda Rusia, consideraban el derecho de autodeterminación de las naciones como la niña de los ojos de la política democrática, por amor a la cual todos los puntos de vista prácticos de la crítica realista deben ser silenciados. Mientras no se habían dejado someter , en modo alguno, por la votación popular de la Asamblea constituyente rusa, una votación popular sobre la base del derecho electoral mas democrático del mundo y en la plena libertad de una república popular, y mientras que, por consideraciones críticas bastante frías, declararon nulos los resultados, en Brest-Litovsky propugnaron el referéndum sobre la pertenencia estatal de las nacionalidades no rusas del Imperio como la verdadera panacea de toda libertad y democracia, genuina quintaesencia de la voluntad de los pueblos, y como la suprema instancia que debía decidir en las cuestiones del destino político de los pueblos y de las naciones.

Esta flagrante contradicción es tanto mas incomprensible, a propósito de las formas democráticas de la vida política de cada país, puesto que, como veremos mas adelante, se trata efectivamente de fundamentos en extremo válidos, y hasta diría indispensables de la política socialista, en tanto que el famoso "derecho de autodeterminación nacional" no es sino una vacua fraseología y charlatanería pequeño burguesa."

y al dia de hoy muchos leninistas trotskistas continuan haciendo el juego al imperialismo de EEUU coadyuvando a fragmentar estados como en la ex-Yugoslavia, en España, donde apoyan la fragmentación del estado ayudando a los nacionalistas secesionistas burgueses o pequeñoburgueses, incluso animando o reanimando el nacionalismo allí donde no existe o apenas existe.

Rosa condenaría todo esto, denunciaría la fragmentación etnico-religiosa de Iraq, la destrucción de Yugoslavia, de la URSS, al socaire del imperialismo, y por supuesto el último acto de soberbia imperialista auspiciado por la UE como es la independencia de Kosovo de Serbia, - ejemplo de "viabilidad" en pro de su pretendida independencia de Euzkadi para los fascistas-estalinistas de ETA - los intentos de destrucción de estados- nación consolidados desde hace centurias como el Reino Unido o España, o Belgica, o apoyando a las burguesias secesionistas en Bolivia y Venezuela, condenaría asimismoo Rosa la deriva del trotoskismo hacia las tesis de Giuspeppe Mazzini: "un estado para cada nación, una sola nación para cada estado"

Esta dedicación autodeterminista del leninismo le hace el juego claramente al imperialismo interesado en reducir, fragmentar o borrar del mapa cuantos estados pueda, a fabricar los llamados "estados fallidos" en favor de la penetración de sus empresas, capitales, fuerzas militares o paramilitares, etc., simplemente les sale mas barato que tener que dar su parte del expolio de materias primas, petróleo, oro, diamentes o coltan, a las élites militares o dictatoriales gobernantes en esos países de Africa y Oriente, todo ello en un nuevo movimiento neocolonial, salvaje, brutal, que hace de los imperios jurídicos británicos, francés, holandés, poco menos que instituciones filántropicas que ponían tierras en regadio, construian ferrocarriles y educaban a los hijos de las élites complacientes en sus universidades metropolitanas.

Pero podeis, seguir defendiendo el derecho a la autodeterminación de los pueblos, en seguimiento de cualesquiera entidad, grande o pequeñas, rica o campesina, cualesquiera sea su caracter de clase, de la élite burguesa o pequeñoburguesa que levante una bandera con el triángulo irredentista cerca del mástil, en cualquier circunstancia, aunque destruya estados multiétnicos, en trance de destribalización, sin importar las consecuencias de genocidio mutuo, de limpieza étnica, de destrucción de familias mixtas: todo eso no importa para una supuesta izquierda que ha sustituido al "proletariado" como agente de la revolución, por los "pueblos" ¡siempre y cuando no se trate del "pueblo del estado", a la sazón, como casi todos los antiguos europeos, concepto mas cívico-democrático, "ciudadano" que "nacional" dicho en sentido etnico-lingüistico! Sin duda este tipo de "pueblos", británico, italiano, belga, español, francés, ruso, se halla mas abocado a ejercer un patriotismo o nacionalismo agresivo, chovinista, jingoísta, que el irredentismo nacionalista de los pueblos sin estado, bien está, para quien lo crea, para los que creen estar en 1914, mientras los nacionalistas burgueses o pequeñoburgueses les dejen meter cuchara y les sigan el juego al desorientado leninismo que les allana camino, ¡aunque la experiencia última de nacionalistas vascos, croatas, serbios, catalanes, kosovares, kurdos, den cuenta de justamente lo contrario!

Así que ya basta de querer apropiarse del pensamiento de la gran revolucionaria marxista Rosa Luxemburgo, por los que ponen una vela a dios y otra al diablo: afirman combatir el imperialismo al tiempo que se ofrecen a ayudar a jibarizar estados canónicos y a dividir todavía mas a los trabajadores, auspiciando la formación de sindicatos nacionalistas en algún caso con la bendición de las élites nacionalistas gobernantes, o de las taifas federales de los socialliberales gobernantes, todo ello sin que por lo demás se atisbe en las politicas económicas y sociales de los poderes autonómicos la mas minima confrontación con el paradigma neoliberal. Y así nos va a la izquierda, sin brújula, sin principios, autorreferenciandose en un ciclo sin fin de errores y claudicaciones oportunistas.


Saludos.

JM Delgado


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1 comentario:

ulso dijo...

Rosa Luxemburgo nació en 1871, pocos días antes de que los obreros franceses proclamaran la Comuna de París. Murió poco más de un año después de la conquista del poder por los bolcheviques rusos en la Revolución de Octubre. Por lo tanto, su vida abarcó una gran época histórica, las cinco décadas que se abrieron con el primer ensayo general de revolución socialista y se cerraron con el nacimiento de una nueva era para la humanidad.

Durante toda su vida -desde su despertar político cuando iba a la escuela en Varsovia hasta su asesinato en Berlín en 1919- Rosa Luxemburgo dedicó su tremenda energía, capacidad y fuerza intelectual a la revolución socialista mundial. Comprendió que había mucho en juego, que se jugaba el destino de la humanidad y, mujer de acción, se entregó totalmente a la gran batalla histórica.

Dos semanas antes de su asesinato les dijo a sus camaradas: “Hoy nos podemos proponer la destrucción del capitalismo de una vez por todas. Más aun; no solo estamos en situación de cumplir esa tarea, no solo cumplimos con nuestro deber para con el proletariado, sino que nuestra solución es el único medio para salvar a la humanidad de la destrucción.”

Esa fue la convicción que guió su vida. Sus palabras eran muy oportunas para un mundo que salía del holocausto de la Primera Guerra Mundial. Hoy, cincuenta años y varias guerras devastadoras después, la alternativa que ella planteó, socialismo o exterminio, sigue siendo la opción que tiene planteada la humanidad.

Rosa Luxemburgo nació el 5 de marzo de 1871 en la aldea de Zamosc, en el sudeste de Polonia. (Su fecha de nacimiento ha dado lugar a la polémica, porque solía utilizar documentos falsos con fechas cambiadas. Sus amigos más íntimos pensaban que había nacido en 1870, y ésta es la fecha más comúnmente aceptada; pero ahora ha quedado bastante bien establecido que la fecha correcta es 1871.) Fue la más joven de cinco hermanos -tres varones y dos mujeres- de padres que, si bien no eran ricos, tenían una situación desahogada.

Zamosc era sede de una de las comunidades judeo-polacas más fuertes y cultas, pero los padres de Rosa tendían a desechar su judaísmo. Su padre, dueño de un aserradero, había sido educado en Alemania, y los idiomas hablados en su hogar eran el alemán y el polaco. Su madre era una mujer culta, y los clásicos alemanes eran lectura común en ese hogar. Rosa aprendió también el ruso a temprana edad.

A los dos años y medio se trasladó con su familia a Varsovia, donde trascurrió su niñez. A los cinco años contrajo una severa enfermedad en la cadera y tuvo que pasarse un año en cama, durante el cual aprendió sola a leer. Debido a un error de diagnóstico, la enfermedad fue mal tratada y ella jamás se recuperó totalmente; rengueó levemente todo el resto de su vida.

A los trece años ingresó a la escuela secundaria para mujeres de Varsovia, hazaña difícil para alguien de su origen, puesto que ese nivel de educación quedaba reservado generalmente para los hijos de los funcionarios rusos. Se graduó en 1887 con excelentes calificaciones, pero se le negó la medalla de oro por su “actitud rebelde” hacia las autoridades.

Fue durante sus años de escuela secundaria que empezó a actuar en el movimiento revolucionario clandestino. Ingresó en una de las pequeñas células del Partido Proletario, aliado al movimiento narodnik (populista) ruso. Ya egresada pasó dos años más en su casa, pero prosiguió con su actividad política. La policía pronto llegó a conocerla.

En 1889, cuando su arresto era inminente, decidió abandonar Polonia para proseguir sus estudios en Europa Occidental. Atravesó la frontera en la carreta de un campesino, tapada por un montón de heno. Contó para ello con la ayuda de un sacerdote católico, a quien había convencido de que quena bautizarse para casarse con su amante pero no podía hacerlo en Polonia debido a la oposición de sus padres.

A fines de 1889 llegó a Zurich, que iba a ser su hogar durante los nueve años siguientes. Ingresó en la Universidad de Zurich, una de las pocas instituciones que en esa época admitían a hombres y mujeres en pie de igualdad, para estudiar matemáticas y ciencias naturales. Después de un par de años se pasó a la Facultad de Derecho y en 1897 completó una tesis sobre el desarrollo industrial de Polonia, lo que le valió el doctorado en ciencias políticas. La singularidad de su hazaña se ve reflejada en las graciosas anécdotas que ella misma relata sobre su búsqueda de vivienda en Berlín. Los propietarios de casas la consideraban una rareza; ¡jamás habían visto una mujer con título de doctor!

Pero en Zurich sus estudios ocupaban sólo parte de su tiempo y energías. Suiza era uno de los grandes centros de emigrados políticos en Europa Occidental, hogar de los grandes marxistas rusos exiliados: Plejanov, Axelrod y otros. Aunque Rosa hizo lo posible por mantenerse apartada de las intrigas personales entre los emigrados, estaba en el centro de las batallas políticas. Se educó rápidamente en el marxismo, y pasó poco tiempo antes de que comenzara a trenzarse con algunas de las autoridades “indiscutidas” de la Segunda Internacional.

Durante su estadía en Zurich participó principalmente en la política polaca. En 1892 estuvo entre los fundadores del Partido Socialista Polaco (PSP), el primer intento de unificar las distintas corrientes del socialismo polaco en una sola organización. Pero pronto entró en conflicto con los dirigentes de dicha organización en torno a la cuestión del nacionalismo polaco. Opinaba que la lucha por la independencia de Polonia era una trampa que debía evitarse a toda costa, puesto que inevitablemente subordinaría los intereses obreros a los de la burguesía, teñidos de colorido nacionalista. En 1894 rompió con el PSP junto con otros cuatro emigrados para fundar la Socialdemocracia del Reino de Polonia, que cinco años más tarde se convirtió en el Partido Socialista Democrático de Polonia y Lituania (PSDPyL). Desde entonces hasta su muerte. Rosa Luxemburgo fue uno de los principales dirigentes de la socialdemocracia polaca, y la lucha contra el PSP (que se acercó cada vez más al nacionalismo burgués a la vez que se alejó del socialismo) fue una de las constantes políticas más importantes de su vida.

Otro de los fundadores y dirigentes de la socialdemocracia polaca fue Leo Jogiches, colaborador político de Rosa durante el resto de su vida y su marido durante quince años. Poco después de que Rosa arribara a Zurich, cuando escapó de Polonia, él llegó a la misma ciudad proveniente de Vilna, capital de Lituania, donde se había ganado una buena reputación en el movimiento clandestino. Aunque jamás se casaron legalmente y debieron separarse durante periodos prolongados sus relaciones maritales duraron hasta 1907, y sus relaciones políticas unieron sus vidas hasta el fin. Jogiches fue arrestado y asesinado por las autoridades alemanas dos meses después de que Rosa corriera la misma suerte.

Rosa fue siempre escritora y agitadora. Su actuación pública la colocaba siempre en un primer plano; pero no fue buena organizadora. No le interesaba el funcionamiento del partido, las finanzas, la clandestinidad, las dificultades para lograr la publicación de la literatura partidaria y los mil y un detalles a solucionar si se quiere construir una organización eficiente. Tales cosas eran tarea de Jogiches, de quien se dice que era un hombre competente, aunque dominador y a veces autocrático. El se mantuvo fuera de la luz pública, organizando el PSDPyL, y durante la guerra la Liga Espartaco, con callada eficiencia. Sin embargo, Jogiches era un agudo pensador político, y fue la “caja de resonancia” de Rosa durante muchos años. Es indudable que Rosa Luxemburgo elaboró muchas de sus ideas en sus conversaciones y debates con él, que a su vez fue su crítico más severo. Aunque la sombra de Rosa lo ha tapado, desempeñó un papel importante en el movimiento socialista internacional de principios del siglo XX.

Las primeras batallas con el PSP en torno al problema del nacionalismo repercutieron en la Segunda Internacional, partiendo del problema de las delegaciones al tercer congreso, celebrado en 1893. Rosa exigió el derecho de participar en el congreso como representante de una tendencia polaca con publicaciones propias, pero las poderosas conexiones del PSP pudieron más y Rosa perdió la batalla.

Para el congreso de 1896 ya nadie cuestionaba su derecho a ser delegada. Su reputación se había incrementado en esos años y sus artículos aparecían con frecuencia cada vez mayor en los grandes periódicos socialdemócratas de Europa occidental. Pronto comenzó a polemizar sobre la cuestión nacional con Karl Kautsky, Wilhelm Liebknecht y otras autoridades reconocidas del movimiento marxista.
Al completar sus estudios, en 1897, decidió trasladarse a Alemania, donde podría desempeñar un papel activo en un partido grande e influyente y ganarse la vida como publicista, escribiendo para las publicaciones del Partido Social Demócrata alemán (PSD). El primer problema a resolver era el de su ciudadanía. Como extranjera, las autoridades alemanas podían fácilmente obligarla a abandonar toda actividad política. La solución fue su casamiento con el hijo alemán de un amigo de toda la vida. En abril de 1897 se casó con Gustav Lubeck, obteniendo así la ciudadanía alemana de por vida, y los dos se separaron en la puerta del Registro Civil. Obtuvieron el divorcio cinco años más tarde.

Después de una prolongada estadía en París, Rosa se trasladó a Berlín en la primavera de 1898, donde jugó un papel de importancia en la lucha contra los intentos de Eduard Bernstein de trasformar a la socialdemocracia en un partido reformista. Dos años más tarde, Jogiches se pudo reunir con ella en Alemania.

Este libro contiene la crónica de sus batallas más importantes con los dirigentes del PSD, en sus palabras y en los resúmenes de los hechos políticos más importantes de su vida. Pero corresponde decir dos o tres palabras acerca del PSD.

Pese a que pasó la mitad de su vida en ese país, a Rosa nunca le gustó Alemania, y a medida que pasaban los años llegó a identificar su disgusto para con todo lo que fuese alemán con su odio hacia el aparato conservador, sofocante y reformista del PSD anterior a la guerra y los dirigentes sindicales socialdemócratas. Al llegar por primera vez describió a Berlín como “un lugar repugnante: frío, feo, macizo, una verdadera barraca; y los encantadores prusianos con su arrogancia, como si se les hubiera obligado a tragarse el palo con el que se los azotó diariamente”.1 Más de una década después, al discutir con un crítico e intelectual socialista alemán si Tolstoi era o no “artista”, se enfureció y escribió: “Helo ahí en la calle, con un vientre redondo como un mingitorio público [...] En cualquier aldea servia hay más humanidad que en toda la socialdemocracia alemana junta.”

Y los dirigentes del PSD sentían por Rosa Luxemburgo el mismo cariño que ella sentía por ellos. Aunque tuvieron que aprender a respetar su gran inteligencia, la consideraban, dicho con toda franqueza, una jovencita extranjera insolente y, para colmo, mujer. Una de las primeras propuestas que le hicieron fue que trabajara en la organización femenina del PSD donde, pensaban, le correspondía estar a una mujer, y donde esperaban que quedara marginada de la vida política del partido. Rechazó la propuesta y buscó un nuevo campo de actividades.

Aunque comprendía la importancia de organizar a las mujeres para su participación en la lucha revolucionaria —una de sus amigas más íntimas fue Clara Zetkin, gran dirigente de la organización femenina del PSD- se negó consecuentemente a que la obligaran a jugar un rol partidario tradicionalmente reservado a las mujeres.

Desgraciadamente, escribió poco o nada sobre el problema de la lucha por la liberación de la mujer. Se consideraba, y lo era, dirigente de hombres y mujeres y consideraba que los insultos que se le dirigían por ser mujer eran parte de los enfrentamientos propios de la lucha política. Comprendió que lo único que puede garantizar la liberación de la mujer es la revolución socialista y la eliminación de esa esclavitud económica que es la institución matrimonial, y dedicó todas sus energías a realizar esa revolución. Sentía que ése era su mejor aporte para la eliminación de la opresión de la mujer y de la clase obrera, las minorías nacionales, los campesinos y demás sectores explotados de la población.

El PSD al cual entró Rosa Luxemburgo era una organización poderosa e impresionante: era el gran partido de la Segunda Internacional. Mientras los rusos y polacos trataban de juntar un puñado de hombres y organizarlos en algo que funcionara como partido, el PSD tenía una influencia y poder enormes, que crecieron regularmente desde la fundación del partido en 1875 hasta su suicidio moral al comienzo de la primera gran guerra. En 1912, por ejemplo, el PSD obtuvo 4.250.000 votos, el 34,7% del total, convirtiéndose en el bloque más numeroso del Reichstag, con ciento diez diputados. A principios de 1914, el partido tenía más de un millón de afiliados. Publicaba noventa periódicos que llegaban a alrededor de 1,4 millones de suscriptores. Tenía también una gran organización femenina y una juvenil, además de cooperativas, organizaciones deportivas y culturales y dirigía sindicatos con varios millones de afiliados. Movía un capital de 21,5 millones de marcos y alrededor de 3.500 empleados en los aparatos partidarios y sindicales.

Como el PS de Debs en Estados Unidos en los primeros años de este siglo, el PSD reunía bajo su bandera a todas las tendencias concebibles dentro del movimiento socialista, y los distintos puntos de vista chocaban en las publicaciones, mítines públicos y congresos. Mientras que en teoría un afiliado podía ser expulsado si no cumplía con el programa del partido o no acataba sus resoluciones, en la realidad nadie perdió jamás la afiliación por ese motivo, y las tendencias más abiertamente reformistas coexistían cómodamente con las revolucionarias.

El parlamentarismo y el sindicalismo parecían haber demostrado su tremenda efectividad. Los resultados, a la vista de todos, se reflejaban en la cantidad de afiliados y en los votos obtenidos. El ala izquierda comenzó a notar muy pronto los síntomas de un viraje hacia la derecha: las concesiones políticas que hacía el partido con tal de ganar votos; el terror de las direcciones sindicales a cualquier lucha que pudiera ir más allá de las exigencias de aumento de salarios o mejoras en las condiciones de trabajo. Pero ni los más severos críticos de izquierda, incluida la propia Rosa Luxemburgo, comenzaron siquiera a comprender la profundidad del proceso que se desarrollaba, ni la vacuidad de los recitados rituales de ortodoxia marxista. Fue necesario el golpe de la Primera Guerra Mundial y el apoyo del PSD a los planes bélicos del imperialismo alemán para convencer al ala izquierda de que la dirección del PSD era incapaz de actuar según los principios marxistas y no estaba dispuesta a hacerlo.

Retrospectivamente no es difícil comprender la diferencia entre la charca política del PSD y la claridad organizativa y política del Partido Bolchevique de Lenin. A la luz de la historia es fácil entender por qué el PSD se fundió mientras que el Partido Bolchevique condujo a las masas rusas a la victoria. Pero en los primeros años del siglo XX la cuestión de qué clase de partido se necesitaba para garantizar la victoria de la revolución recién quedaba planteada; las diferencias no eran tan tajantes ni claras. Muchas divergencias fundamentales se atribuían simplemente a distintas situaciones objetivas y al aislamiento de las masas de la socialdemocracia rusa.
Volveremos a tocar este problema, ya que la naturaleza del PSD, su aparente fuerza así como sus debilidades fatales, ejercieron gran influencia sobre el pensamiento y la vida política de Rosa Luxemburgo.
Otra gran influencia en su vida y pensamiento fueron sus relaciones con el movimiento polaco y su comprensión de la dinámica de la lucha que se cebaba en las entrañas del imperio zarista.

En la sesión del 18 de enero de 1919 del Soviet de Petrogrado, que rindió homenaje a los dirigentes muertos en la revolución alemana, Zinoviev se refirió a las discusiones de Rosa con los dirigentes bolcheviques y sostuvo que ella fue uno de los primeros marxistas que comprendió correctamente la revolución rusa de conjunto.

Captó la profunda significación revolucionaria de los acontecimientos que se desarrollaban en el imperio zarista, su potencial y el ejemplo que significaban para toda Europa. Trató constantemente de poner ese ejemplo ante los obreros alemanes, para inspirarlos. Su fuerza para soportar, a menudo sola, los veinte años de batallar contra el viraje hacia la derecha del PSD, para mantener su perspectiva profundamente revolucionaria ante la tremenda presión que la impulsaba a retroceder y hacerse un cómodo lugar en el aparato del partido debe de haber derivado, al menos en parte, de su profunda comprensión de las perspectivas revolucionarias en el imperio ruso y su significado para la humanidad. Cuando las tremendas tareas que se le imponían en Alemania la descorazonaban, encontraba esperanza y estímulo en el potencial revolucionario de su patria y de otras partes del territorio del zar. Su internacionalismo, que coronaba sus demás cualidades, hizo de ella una gran revolucionaria.

El lugar de Rosa Luxemburgo en la historia

Rosa Luxemburgo estaba destinada a ser una de las personalidades más controvertidas en la historia del movimiento socialista internacional, y muchos le han negado el sitio de honor que le corresponde entre los grandes marxistas revolucionarios. Sus detractores provienen de todas las tendencias y han utilizado prácticamente todos los métodos de distorsión y calumnia para desacreditarla, para mostrarla como lo opuesto a lo que fue, una revolucionaria.

Por supuesto la clase dominante -sea yanqui, alemana, japonesa, mejicana o lo que fuere- no tiene el menor interés en decir la verdad sobre Rosa Luxemburgo. Están muy dispuestos a ver cómo se mancha y entierra su legado revolucionario. Pero los detractores de Luxemburgo provienen también de muchas tendencias de la izquierda tradicional.
La primera categoría de difamadores corresponde a los que han tratado de convertirla en enemiga de la Revolución Rusa, los que la señalan como apóstol de alguna escuela especial de socialismo “democrático” en contraposición al socialismo “tiránico, dictatorial” de Lenin. Quizás el autor más difundido de esta categoría es Bertram D. Wolfe, editor antileninista de los trabajos en que Rosa Luxemburgo expresa sus diferencias con los bolcheviques. A esta categoría pertenecen también distintos sectores de la socialdemocracia de izquierda (hace mucho que el ala derecha desechó toda pretensión de ser heredera de la “Rosa roja”).

Los socialdemócratas de izquierda —a diferencia de Rosa Luxemburgo, que comprendió la trasformación económica y social fundamental provocada por la Revolución Rusa— consideran que la URSS y otros estados obreros degenerados o deformados son una especie de estado capitalista. Así, denuncian a estos países y no encuentran nada en ellos que los haga superiores a los países imperialistas de Occidente. En la búsqueda de alguna autoridad revolucionaria impecable a quien atribuir este análisis no marxista, encontraron a Rosa Luxemburgo y desde entonces se apropiaron de su legado, sobre la base fraudulenta de que ella también fue adversaria de la Revolución Rusa. Más adelante volveremos sobre su análisis de la Revolución Rusa, pero basta leer sus palabras en honor de los bolcheviques para ver claramente que ella era cualquier cosa menos adversaria de la Revolución Rusa.

La otra gran tendencia política que no ha escatimado esfuerzos para calumniar y distorsionar las opiniones de Rosa Luxemburgo es el stalinismo. En los primeros años de la Revolución Rusa, cuando tanto Lenin como Trotsky ocupaban posiciones centrales en la dirección del Partido Bolchevique y la Tercera Internacional, a Rosa Luxemburgo se la tenía en altísima estima. Se reconocía en ella a una verdadera revolucionaria, una revolucionaria que cometía errores, sí, pero una revolucionaria de acción, una luchadora cuyos errores jamás la llevaban a cruzarse al campo enemigo.

Su imagen póstuma está ligada a la Revolución Rusa; a medida que ésta degeneraba y Stalin accedía a la dirección de la poderosa burocracia, ella y otros revolucionarios se convirtieron en blanco de los ataques.
Uno de los temas centrales de los escritos de Rosa sobre la Revolución Rusa es que sin la ayuda de la revolución en Europa Occidental, sobre todo en Alemania, el régimen revolucionario que había tomado el poder en Rusia no podría sobrevivir. Lenin, Trotsky y muchos otros compartían esta opinión. La historia les dio la razón, pero a su manera, de una forma imprevista para cualquiera de los integrantes de la generación de marxistas que hizo la primera revolución socialista. El régimen soviético logró sobrevivir a la guerra civil y la invasión de los ejércitos hostiles. Con sacrificios increíbles pudo mantener las bases de la economía estatizada e industrializar el país. Su economía planificada, libre de la anarquía propia de la producción capitalista, no fue afectada por la gran crisis económica de los años 30 e hizo tremendos avances materiales, mientras los países capitalistas se estancaban y decaían.

Pero aunque las bases fundamentales sentadas por la Revolución Rusa jamás fueron destruidas, y aunque posibilitaron el crecimiento económico que trasformó a Rusia, el país agrícola más atrasado de Europa, en la segunda entre las naciones más industrializadas del mundo, la revolución no salió ilesa de su aislamiento y pobreza iniciales. Las terribles condiciones materiales en las que debió tachar, sin la ayuda que hubiera obtenido de haber triunfado la revolución socialista en otra parte, dieron origen y nutrieron a una tremenda casta burocrática que representaba los intereses de las capas medias de la sociedad soviética. Estas capas las componían inicialmente el campesinado rico y medio. Posteriormente la casta burocrática de Stalin se apoyó cada vez más en los funcionarios, empleados y administradores económicamente privilegiados.

En su ascenso al poder el ala de Stalin tuvo que destruir al ala proletaria, leninista, dirigida por Trotsky. Stalin tuvo que eliminar hasta el último vestigio de la política y orientación revolucionarias para realizar su programa, nacionalista antes que internacionalista, y sus proyecciones, contrarrevolucionarias y no revolucionarias. Fue absolutamente implacable. Estuvo dispuesto a utilizar (y lo hizo) toda forma de lucha, desde la calumnia y el fraude judicial a la tortura, el campo de concentración y el asesinato. Y mientras destruía todo aquello por lo que había luchado Lenin, mientras eliminaba físicamente el partido que Lenin había construido, mientras barría el último vestigio de democracia en el partido y la sociedad, ¡Stalin decía cobijarse bajo el manto de Lenin!

El proceso de la URSS se reflejaba en todos los partidos comunistas del mundo, destruyendo en cada uno la tradición revolucionaria. Junto con Trotsky y otros que luchaban sin tregua por una política revolucionaria a nivel nacional e internacional contra los intereses de las capas privilegiadas de la sociedad soviética, Rosa Luxemburgo fue uno de los primeros blancos de los ataques de Stalin y sus compinches. Este hecho constituye un tributo a la influencia revolucionaria de su legado.

En 1923, Ruth Fischer y Arkady Maslow, dirigentes del Partido Comunista Alemán (PCA), iniciaron la campaña contra las “desviaciones derechistas” de Rosa Luxemburgo. Se tachó su influencia de “bacilo sifilítico” del movimiento comunista alemán, se “examinaron” sus “errores”, descubriéndose que eran casi idénticos a los de Trotsky y se la acusó de ser la fuente principal de todos los defectos del comunismo alemán. Se descubrió que todos sus errores teóricos en La acumulación del capital iniciaban una teoría ya elaborada de “espontaneísmo” y que todos sus errores organizativos eran producto de sus cálculos económicos erróneos.

Después del congreso de 1925 de la Tercera Internacional los Partidos Comunistas giraron hacia la derecha. Pronto fueron expulsados Fischer y Maslow, y Rosa Luxemburgo comenzó a ser atacada, no ya de “desviaciones derechistas” sino de ultraizquierdista.

Durante el Tercer Periodo —ultraizquierdista— que va de 1928 a 1935, cuando el PCA allanó el camino de Hitler al poder negándose a trabajar con el PSD para combatir al fascismo, se acusó a Rosa Luxemburgo de no tener “sino diferencias formales con los teóricos social-fascistas”. (“Social-fascista” era el término que utilizaba el Partido Comunista en esta época para designar a los socialdemócratas.)
En 1931 el propio Stalin se sumó a la polémica con un artículo titulado “Problemas de la historia del bolchevismo”, en el que reescribía la historia según su conveniencia. En él decretó, en contra de los hechos históricos y de lo escrito por él mismo anteriormente, que Rosa Luxemburgo era responsable de ese pecado de los pecados, la revolución permanente, y que Trotsky la había tomado de ella. Decretó también, a pesar de los datos históricos, que Rosa Luxemburgo había comenzado a atacar a Kautsky y al centrismo del PSD recién en 1910, después de que Lenin, que comprendió el problema mucho antes que ella, la convenciera.

Trotsky salió en defensa de Rosa Luxemburgo y de la verdad histórica en “Fuera las manos de Rosa Luxemburgo”, incluido como apéndice en esta edición. Pero el artículo de Stalin sentó la línea del Partido Comunista hacia Rosa Luxemburgo por varias décadas. Puesto que jamás se la declaró “inexistente” ni fue eliminada de los libros de historia, como ocurrió con tantos contemporáneos suyos, el paso del tiempo ha restaurado parcialmente su figura. Alemania Oriental y Polonia conmemoran sus aniversarios, pero los stalinistas no han hecho ni harán una evaluación totalmente honesta de su papel histórico y sus ideas. En 1922 Lenin fustigó al Partido Comunista Alemán por no haber publicado sus obras completas. ¡Hoy, cincuenta años más tarde, esa tarea todavía está por cumplirse!

No es difícil adivinar la razón. El espíritu revolucionario de Rosa Luxemburgo vive en cada una de sus páginas. Su internacionalismo, su llamado a la acción, su alto sentido de la verdad y la honestidad, su dedicación a los intereses de la clase obrera, su preocupación por la libertad y por el desarrollo pleno del espíritu humano: ¡eso no condice para nada con el pensamiento de la casta burocrática que domina la vida económica, política, social y artística de Europa Oriental! Prefieren ignorar su política revolucionaria y relegarla a las sombras del sacro martirologio.

Históricamente, la trayectoria política de Rosa Luxemburgo la coloca, sin duda alguna, en el campo revolucionario. En todas las cuestiones importantes a que se abocó durante su vida se opuso implacablemente al sistema capitalista y sus males. Luchó tenazmente contra todo intento de desviar al movimiento obrero de la lucha contra el capitalismo, contra todo esquema anticientífico, utópico, falso para reformar el sistema. Le gustaba repetir que la grandeza del marxismo consistía en darle una base científica al movimiento socialista, demostrando a partir de las propias leyes del capitalismo la necesidad de que la siguiente forma de organización social fuese el socialismo, si es que el hombre quería progresar y no descender otra vez a la barbarie. Se mantuvo fiel a esa concepción del marxismo revolucionario hasta el fin de su vida.

Dirigió la lucha teórica contra Bernstein y sus secuaces, que intentaban revisar el marxismo e introducir la teoría de reformar el capitalismo hasta llegar al socialismo.

El francés Millerand fue el primer socialista que participó de un gabinete burgués; cuando lo hizo, ella planteó la falta de lógica de esa actitud y demostró que inevitablemente traicionaría los principios socialistas.

En la lucha contra los dirigentes sindicales alemanes explicó las razones materiales de su conservadorismo y su rechazo de la perspectiva revolucionaria. Advirtió sobre el peligro que implicaba para el partido el sindicalismo.

En la discusión sobre el valor de las elecciones como método de la lucha contra el sistema capitalista se negó a ceder ante aquellas fuerzas que en el PSD querían subordinar todo a la chicana parlamentaria y exigió que el PSD siguiera organizando a las masas para otras formas de lucha.

En las discusiones sobre el carácter de las revoluciones rusas de 1905 y 1917 estuvo en todo de acuerdo con los bolcheviques contra los mencheviques, afirmando que la clase obrera debía dirigir la lucha por sus intereses. Miraba con desprecio la política menchevique de contemporizar y hacer compromisos con los partidos capitalistas liberales.

Comprendió que en la lucha política el programa es decisivo. Luchó siempre por la claridad programática y trabajó para elaborar un programa que ayudara a que la lucha de clases llevara a la revolución socialista.

Vivió durante el primer gran crecimiento del militarismo moderno, y fue uno de los primeros en reconocer la importancia de los gastos militares como válvula de seguridad para el capitalismo. Al comprender la creciente capacidad destructiva de los amos imperialistas, no subestimó ese peligro ni se rindió ante él.
En la hora crucial de la Primera Guerra Mundial, histórica línea divisoria entre el campo revolucionario y el contrarrevolucionario, dirigió junto con Karl Liebknecht al puñado de militantes del PSD que se negaron a apoyar los planes bélicos de su propio gobierno imperialista.

Años antes de que Lenin o cualquier otro dirigente revolucionario europeo comprendiera el problema, ya había discernido la debilidad de Kautsky y el “centro” del PSD alemán, acusándolos correctamente de carecer de principios y previendo que su capitulación a la derecha sería cuestión de tiempo.

Aunque sus mayores aportes están en sus escritos, no era una revolucionaria de biblioteca. Estuvo siempre en el centro de la acción
Por último, apoyó la Revolución de Octubre, declarando su respaldo incondicional a los bolcheviques y proclamando que el futuro era del bolchevismo.

Pocos socialdemócratas europeos de la posguerra pueden igualar semejante trayectoria. Y los errores de Rosa Luxemburgo se enmarcan en una perspectiva totalmente revolucionaria y en la búsqueda del camino más rápido y seguro al socialismo.

La cuestión nacional

Los errores principales de Rosa Luxemburgo se centran en tres problemas: el derecho de las naciones a la autodeterminación; la naturaleza del partido y sus relaciones con las masas; y algunos aspectos de la política bolchevique posterior a la Revolución de Octubre. Sus errores teóricos en el terreno de la economía, desarrollados en La acumulación de capital, también son importantes para la historia del marxismo, pero puesto que sus escritos económicos están fuera de los alcances de este libro nos referiremos a ellos sólo al pasar.

Del principio al fin de su vida política, Rosa Luxemburgo fue enemiga acérrima de la posición marxista sobre el significado revolucionario de las luchas de las minorías nacionales oprimidas y de las naciones por su autodeterminación. Publicó sus primeros escritos sobre el tema en 1893 y los últimos pocos meses antes de su muerte, en un folletosobre la Revolución Rusa. Puede decirse con certeza que no cambió de parecer al respectoantes de su asesinato.

Publicó gran parte de sus escritos sobre las luchas nacionales en polaco, y desgraciadamente pocos han sido traducidos a otros idiomas. Por ejemplo, el más importante, “La cuestión de la nacionalidad y la autonomía”, escrito en 1908, jamás ha sido publicado en otro idioma que el original polaco. Lenin polemiza contra este escrito en El derecho de las naciones a la autodeterminación, uno de sus trabajos fundamentales. Sin embargo, la esencia de su posición está expresada en el Folleto Junius y en la parte de La Revolución Rusa dedicada al problema nacional. Ambos figuran en esta colección.

Sin enumerar todos los argumentos y ejemplos en que se apoya, se puede sintetizar su posición de la siguiente manera: Un objetivo del socialismo es la eliminación de toda forma de opresión, incluso el sometimiento de una nación a otra. Sin la eliminación de toda forma de opresión no se puede ni hablar de socialismo. Pero Rosa Luxemburgo sostenía que era incorrecto que los revolucionarios afirmaran el derecho incondicional de todas las naciones a la autodeterminación. La autodeterminación era irrealizable bajo el imperialismo; una u otra de las grandes potencias imperialistas la pervertiría siempre. Bajo el socialismo perdería su importancia, puesto que el socialismo eliminaría todas las fronteras nacionales, por lo menos en un sentido económico, y los problemas secundarios de idioma y cultura se resolverían sin mayores dificultades.

El abogar por el derecho de las naciones a la autodeterminación era, en un sentido estratégico, sumamente peligroso para la clase obrera internacional, puesto que fortalecía a los movimientos nacionalistas que inevitablemente quedarían bajo la dirección de su propia burguesía. Opinaba que el apoyo a las aspiraciones separatistas sólo servía para dividir a la clase obrera internacional, no para unificarla en la lucha común contra las clases dominantes de todas las naciones. Abogar por el derecho de las naciones a la autodeterminación, que ella calificó de “fraseología y embuste hueco y pequeñoburgués”, sólo sirve para corromper la conciencia de clase y confundir la lucha de clases. En La Revolución Rusa dice que “el carácter utópico, pequeñoburgués de esta consigna nacionalista” 13
[derecho a la autodeterminación de las naciones] reside en que “en medio de la cruda realidad de la sociedad de clases, cuando los antagonismos de clase están exacerbados, se convierte en otro medio para la dominación de la clase burguesa”.

Lenin y otros defensores de la posición marxista le respondieron clara y tajantemente.

No basta, dijeron, con afirmar que los socialistas se oponen a toda forma de explotación y opresión. Todos los políticos capitalistas del mundo dicen lo mismo. Como lo expresó la misma Rosa Luxemburgo con tanta fuerza, la Primera Guerra Mundial se libró bajo la supuesta bandera de garantizar la autodeterminación de las naciones. Los socialistas deben demostrar en la acción a las minorías nacionales oprimidas y explotadas que sus consignas no son huecas y carentes de significado como las de las clases dominantes.

Teóricamente es un error decir que jamás puede lograrse la autodeterminación bajo el capitalismo. Un ejemplo es la independencia que Noruega obtuvo de Suecia en 1905 con la ayuda de los obreros suecos.

Un gobierno socialista, afirmó Lenin, puede ganar a las minorías oprimidas para su causa sólo si está dispuesto y es capaz de demostrar su apoyo incondicional al derecho de ese pueblo de formar un estado separado si así lo quiere. Cualquier otra política equivaldría a la retención forzada de distintas nacionalidades dentro de un estado, una opresión nacional en nada distinta de la opresión nacional que practica el imperialismo. La libre asociación de las distintas nacionalidades en una unidad política sólo puede obtenerse garantizando primero el derecho de cada uno a retirarse de esa unidad. Lenin acusó a Rosa Luxemburgo de tratar de soslayar la cuestión de la autodeterminación nacional pasando al terreno de la interdependencia económica.

Paradójicamente, mientras los socialistas deben luchar por el derecho incondicional a la autodeterminación, incluido el derecho a la separación, el único partido que puede dirigir esa lucha y garantizar la victoria de la revolución socialista es un partido centralista democrático como el que construyeron los bolcheviques, que incluye en sus filas y en su dirección a los sectores más conscientes de la clase obrera, el campesinado y los intelectuales de todas las nacionalidades que existen en las fronteras del estado capitalista. Como dijo Trotsky en la Historia de la Revolución Rusa: “La organización revolucionaria no es el prototipo del futuro estado sino simplemente el instrumento para su creación... Así la lucha centralizada puede garantizar el éxito de la lucha revolucionaria, aun donde la tarea sea la de destruir la opresión centralizada de las nacionalidades.”

Al mismo tiempo, agrega Lenin, el apoyo incondicional al derecho de autodeterminación no significa que los socialistas de la nación oprimida tengan la obligación de luchar por la separación. Ni entraña tampoco el apoyo a la burguesía nacional de la nación oprimida, salvo -como explica Lenin en El derecho de las naciones a la autodeterminación- en la medida en que “el nacionalismo burgués de cualquier nación oprimida posee un contenido democrático general dirigido contra la opresión; a este contenido lo apoyamos incondicionalmente.”4 Pero sólo la clase obrera y sus aliados pueden llevar esta lucha hasta el final y las masas oprimidas jamás deben confiar en su propia burguesía que, dados sus vínculos con la clase dominante de la nación opresora y el capital internacional, no puede llevar esa lucha hasta su culminación.

Lenin explicó muchas veces que sus desacuerdos con Rosa Luxemburgo y los socialdemócratas polacos no radicaban en la negativa de éstos a exigir la independencia de Polonia, sino en que intentaran negar la obligación de los socialistas de apoyar el derecho a la autodeterminación y especialmente en que intentaran negar la absoluta necesidad de que el partido socialista revolucionario de una nación opresora garantice incondicionalmente ese derecho. Al final de El derecho de las naciones a la autodeterminación Lenin señala que a los socialdemócratas polacos “su lucha contra la burguesía polaca, que engaña al pueblo con sus consignas nacionalistas, los llevó a negar, incorrectamente, la autodeterminación”.

Por último, sostenía que el derecho a la autodeterminación es uno de los derechos democráticos fundamentales de la revolución burguesa y que los socialistas tienen la obligación de luchar por los derechos democráticos. “Así como no puede haber un socialismo triunfante que no practique la democracia plena, el proletariado no puede prepararse para triunfar sobre la burguesía sin una lucha coherente y revolucionaria por la democracia.”

El argumento de Rosa Luxemburgo de que la consigna de autodeterminación es irrealizable bajo el capitalismo ignora el hecho de que “no sólo el derecho de las naciones a la autodeterminación, sino todas las consignas fundamentales de la democracia política son parcialmente ‘realizables’ bajo el imperialismo, aunque en forma distorsionada y excepcional”.

“No hay una sola de estas reivindicaciones que no pueda servir, y que no haya servido en determinados casos, de instrumento en manos de la burguesía para engañar a los obreros.”8 Pero ello de ninguna manera exime a los socialistas de la obligación de luchar por los derechos democráticos, denunciar los engaños de la burguesía y demostrar a las masas que sólo la revolución socialista puede llevar a la plena realización de los derechos democráticos proclamados por la burguesía.
Rosa Luxemburgo creía sinceramente que la política bolchevique para la autodeterminación nacional era desastrosa y provocaría la liquidación de la revolución. Pero no podía estar más equivocada.
La Revolución de Febrero de 1917, que instauró una república liberal en Rusia, produjo un gran despertar de las naciones oprimidas del imperio zarista, pero la igualdad formal que les dio la Revolución sólo sirvió para demostrarles mejor el grado de su opresión. Y la negativa del gobierno liberal burgués a conceder, entre febrero y octubre, el derecho de autodeterminación cimentó la oposición de las nacionalidades oprimidas al gobierno menchevique de Petrogrado, sellando así su destino.

Sólo garantizando la autodeterminación, e inclusive el derecho a la separación de las pequeñas nacionalidades oprimidas de la Rusia zarista, el Partido Bolchevique se ganó su confianza indestructible. Esta confianza resultó en última instancia decisiva en la batalla contra la contrarrevolución y no condujo a la desintegración de las fuerzas revolucionarias, como temía Rosa Luxemburgo, sino a su victoria en las naciones oprimidas al igual que en la Gran Rusia.
Rosa subestimó totalmente la tremenda fuerza del nacionalismo que despertó en Europa Oriental recién a comienzos del siglo XX. No comprendió que estos movimientos estaban destinados a estallar con toda su furia después de la Revolución Rusa, y no porque los bolcheviques los alentaran sino en virtud de la dinámica interna generada por el despertar de las masas oprimidas.

Una de las declaraciones de Rosa Luxemburgo que más se suelen citar está tomada de La Revolución Rusa; describe el nacionalismo ucraniano como “un simple capricho, la ilusión de unos cuantos intelectuales pequeñoburgueses sin el menor arraigo en las relaciones económicas, políticas y sicológicas del país”. Trotsky le respondió en el capítulo “El problema de las nacionalidades” de su Historia de la Revolución Rusa.

“Cuando Rosa Luxemburgo, en su polémica póstuma contra el programa de la Revolución de Octubre, afirmó que el nacionalismo ucraniano, que antes había sido una mera diversión de la intelligentsia pequeñoburguesa, fue inflado artificialmente por la levadura de la consigna bolchevique de autodeterminación cayó, a pesar de su lucidez, en un serio error histórico. El campesinado ucraniano no había formulado consignas nacionales en el pasado por la simple razón de que no había alcanzado el nivel de ente político. El gran aporte de la Revolución de Febrero —quizás el único, pero ampliamente suficiente— fue precisamente el haberles dado a las clases y naciones oprimidas de Rusia, por fin, la oportunidad de expresarse. Sin embargo, este despertar político del campesinado no se podría haber manifestado de otra manera que a través de su propio lenguaje, con todas sus consecuencias en los aspectos de la educación, la justicia, la autoadministración, etcétera. Oponerse a ello hubiera significado tratar de liquidar la existencia del campesinado.”

No pocos historiadores han querido demostrar que la oposición de Rosa al movimiento nacionalista fue puesta en práctica años después por Stalin, con su cruel persecución a las naciones oprimidas y todos los horrores que le fueron inherentes. Pero las acciones de Stalin fueron una perversión tanto del programa de Rosa Luxemburgo como del de Lenin. Un editorial de la revista New International de marzo de 1935 planteaba: “¿Puede imaginarse a Rosa en compañía de quienes estrangularon la Revolución China otorgándole a Chiang Kai-shek y a la burguesía china la dirección del movimiento para ‘liberar a la nación del yugo del imperialismo extranjero’? ¿Puede imaginarse a Rosa en compañía de aquellos que saludaron, después de un golpe de estado, al mariscal Pilsudski como al ‘gran demócrata nacional’ que instauraba ‘la dictadura democrática del proletariado y el campesinado’ en Polonia? ¿Puede imaginarse a Rosa en compañía de aquellos que durante años canonizaron y glorificaron a cada demagogo nacionalista que tenía la amabilidad de enviar su tarjeta al Kremlin...?” [Unos años más tarde podía haberse preguntado: ¿Puede imaginarse a Rosa en compañía de aquellos que asesinaron prácticamente a todo el Comité Central del Partido Comunista Polaco?]

El artículo concluye: “¡Qué despreciables son los que tachan a Rosa Luxemburgo de ‘menchevique’, cuando se han demostrado incapaces de llegar ni a la suela de sus zapatos!”

Rosa Luxemburgo se equivocó en la cuestión nacional, pero su oposición a la autodeterminación no surgía de la hostilidad hacia la acción revolucionaria de las masas que conduce a la lucha por la abolición del capitalismo. Antes bien, no supo comprender los aspectos complejos y contradictorios de la dinámica revolucionaria de las luchas de las nacionalidades oprimidas en la época del imperialismo.

El carácter del partido revolucionario

Los errores de Rosa Luxemburgo relativos a la construcción del partido revolucionario y al problema paralelo de la relación del partido con las masas trabajadoras fueron tan importantes como sus errores sobre la cuestión nacional. En el contexto de la situación alemana fueron tal vez más graves aun.

No es tan fácil establecer sus diferencias con los bolcheviques en torno a la concepción de la organización como las referentes a la autodeterminación nacional. Nunca expuso su pensamiento al respecto con tanta claridad y en un solo lugar, aunque se pueden discernir casi todos los elementos de su posición en su artículo “Cuestiones organizativas de la social democracia”, escrito en 1904. Sus ideas se definieron más después de la Revolución de 1905.

Es un hecho que, a pesar de su polémica con Lenin sobre la naturaleza del partido revolucionario, no le preocupaban los problemas organizativos, y ése es uno de los índices más claros del carácter de sus errores. Aunque entendía que en la lucha política el programa es decisivo, no comprendió, como Lenin, que el programa y las posiciones tácticas se concretan a través de las concepciones organizativas.
Quizás uno de los ejemplos más reveladores de su tendencia a no prestar atención a los problemas organizativos de la dirección es el hecho de que durante años se negó a concurrir a los congresos del PSDPyL y a ser elegida miembro del Comité Central. A pesar de ello seguía siendo uno de los dirigentes más importantes del partido, y su principal vocero. Tampoco se trataba de un problema de ubicación, ya que el Comité Central del PSDPyL tenía su sede en Berlín. Siguió siendo dirigente en los hechos, pero sin ser miembro ni rendir cuentas ante ningún organismo de dirección.

Su actitud hacia las cuestiones organizativas estaba muy influida por su experiencia en el PSD. Desde el comienzo reconoció el tremendo peso conservador de la dirección del PSD y ya en su ensayo de 1904 señaló su incapacidad para considerar siquiera una estrategia que no fuera la parlamentaria, y nada más que la parlamentaria.

Otro aspecto del PSD que influyó en su pensamiento fue el tamaño y envergadura de la organización, que mantenía en su órbita a cualquier individuo capaz de pensar vagamente en términos socialistas.
Montar una oposición efectiva a una dirección tan fuerte y segura como la jerarquía del PSD no era cosa fácil. Requería una gran flexibilidad táctica además de claridad política, y Rosa Luxemburgo jamás se abocó realmente a esa tarea. Año tras año se mantuvo en la oposición pero, hasta el comienzo de la guerra, no fue capaz de atraer, organizar y dirigir una fracción dentro del PSD.
La claridad de su comprensión política fundamental acerca de la dirección del PSD resalta en una carta que envió a su íntima amiga Clara Zetkin a principios de 1907. La misma carta revela su incapacidad, o su falta de voluntad, de darle a su comprensión política formas organizativas. Parece que ni siquiera pensó seriamente en la posibilidad de ser algo más que una oposición de uno o dos.

“Desde mi regreso de Rusia me siento un poco aislada... Veo la mezquindad y vacilaciones de nuestra dirección más dolorosa y claramente que antes. Sin embargo, no puedo sulfurarme tanto como tú porque percibo con deprimente claridad que no se puede cambiar las cosas y las personas hasta que haya cambiado la situación, e incluso entonces nos enfrentaremos a una resistencia inevitable si queremos conducir a las masas. He llegado a esa conclusión después de maduras reflexiones. La verdad desnuda es que Augusto [Bebel] y los demás se han quedado en el parlamento y el parlamentarismo; cuando pasa algo que trasciende los límites de la acción parlamentaria se vuelven inútiles; no, más que inútiles, porque hacen lo imposible para que el movimiento retorne a los canales parlamentarios y difaman furiosamente a cualquiera que ose aventurarse más allá de esos límites, llamándolo ‘enemigo del pueblo’. Pienso que los sectores de las masas que están en el partido están cansados del parlamentarismo y acogerían con agrado un cambio en la táctica partidaria, pero los dirigentes del partido, y aun más el estrato superior de periodistas oportunistas, diputados y dirigentes sindicales son como un íncubo.

Debemos protestar vigorosamente contra este estancamiento oficial, pero es claro que tendremos en contra nuestra a los oportunistas, además de los dirigentes y Augusto. Mientras se trataba de defenderse contra Bernstein y sus amigos, Augusto y Cía. querían nuestra ayuda porque les temblaba hasta el alma. Pero cuando se trata de lanzar una ofensiva contra el oportunismo, Augusto y el resto se ponen del lado de Ede [Bernstein], Vollmar y David en contra nuestra. Así veo la situación, pero lo importante es mantener el ánimo alto y no ofuscarse demasiado. Es una tarea que nos demandará años.”

Por importante que fuese la influencia del PSD, no basta sin embargo para explicar su posición. No sólo las condiciones objetivas sino también las concepciones organizativas la separaban de Lenin.
Sin embargo, antes de explicar sus teorías organizativas vale la pena aclarar lo que no pensaba. Tanto los que creen estar de acuerdo con ella como los que están en desacuerdo le han atribuido una teoría elaborada de la “espontaneidad”, e incluso sostienen que abogaba por una posición parecida a la de los anarquistas. Pero se trata de una gran simplificación y distorsión de sus ideas.

Como se dijo más arriba, los stalinistas pretendieron alguna vez descubrir la fuente de sus errores organizativos en los errores teóricos de La acumulación de capital. En ésta su principal obra económica, Rosa trata de demostrar que el capitalismo, considerado como un sistema cerrado sin mercados precapitalistas o no capitalistas donde ejercer su canibalismo, no podía seguir expandiéndose. Su argumentación es teóricamente errónea pues no toma en cuenta los factores centrales de la competencia entre los distintos capitales y el desarrollo desigual entre los diferentes países, sectores de la economía y empresas, factores que constituyen la fuerza motriz de la expansión del mercado capitalista. Pero los stalinistas la acusaron de propagar una teoría grosera del fin “automático” o “mecánico” del capitalismo, que ocurriría apenas los mercados no capitalistas del mundo quedaran agotados o absorbidos por las relaciones capitalistas. A partir de allí ellos saltaban a las cuestiones organizativas, sosteniendo que para ella organizar la lucha para el derrocamiento del capitalismo no podía ser una necesidad urgente ya que su “derrumbe” estaba asegurado. Sus propias palabras, reflejadas en este libro, la defienden con elocuencia de semejantes distorsiones.

¿Cuál era su concepción fundamental?

Discrepaba con la posición de Lenin de que el partido debía ser una organización de revolucionarios profesionales con profundas raíces y vínculos con la clase obrera, organización que debía plantear la perspectiva de ganar la dirección de las masas en un periodo de auge revolucionario. Opinaba, por el contrario, que el partido revolucionario más bien debía abarcar a la clase obrera organizada de conjunto. Lo plantea en su ensayo de 1904, donde polemiza contra la definición leninista del socialdemócrata revolucionario.
En Un paso adelante, dos pasos atrás, balance analítico del congreso de 1903 del partido ruso, en el cual se produjo una división entre “duros” y “blandos”, es decir entre las fracciones bolchevique y menchevique, sobre el problema organizativo, Lenin había recogido la “palabra maldita” jacobino (nombre del ala izquierda de la Revolución Francesa) que se les había arrojado a los bolcheviques. Escribió: “El jacobino que mantiene un vínculo indisoluble con la organización del proletariado, un proletariado consciente de sus intereses de clase, es un socialdemócrata revolucionario”.

En respuesta, Luxemburgo escribió: “[...] Lenin define a su ‘socialdemócrata revolucionario’ como un ‘jacobino unido a la organización del proletariado, que ha adquirido conciencia de sus intereses de clase’.

“Es un hecho que la socialdemocracia no está unida a las organizaciones del proletariado. Es el proletariado [...] El centralismo socialdemócrata [...] sólo puede ser la voluntad concentrada de los individuos y grupos representativos de los sectores más conscientes, activos y avanzados de la clase obrera [...]”

En otras palabras, no subestimaba el papel del partido como dirección política, pero tendía a atribuirle el papel de agitador y propagandista y negarle su rol como organizador cotidiano de la lucha de clases, como dirección en sentido técnico y también organizativo. No comprendió la concepción leninista del partido de combate: un partido que reconoce que al capitalismo hay que derrotarlo en la lucha y comprende que las masas trabajadoras deben ser dirigidas por una organización capaz de mantenerse en pie bajo la presión del combate; un partido profundamente arraigado en las masas, que obra conscientemente para movilizar la combatividad de éstas y ayuda a dar a las luchas un sentido anticapitalista; partido que, a despecho de su tamaño o etapa de desarrollo, basa su conducta en el firme intento de convertirse en un partido obrero de masas, capaz de abrir el camino hacia la victoria, un partido que durante años se prepara para el papel que deberá desempeñar en las luchas decisivas; un partido que comprende la necesidad vital, indispensable, de una organización y dirección conscientes.

En cambio Rosa puso el acento en el papel de las propias masas en acción, sobre los pasos que podían dar sin dirección organizativa consciente, sobre las cosas que ella pensaba se podían lograr solamente con la combatividad. Les asignaba la tarea de desbordar y barrer a los dirigentes obreros conservadores y atrasados, y crear organizaciones revolucionarias nuevas para reemplazar a las viejas. Las llamaba a realizar tareas cuyo camino ella misma no estaba dispuesta a abrir, salvo en un sentido político muy general.

En su folleto sobre la huelga de masas describe el proceso con elocuencia: “De la tempestad y la tormenta, del fuego y el fluir de la huelga de masas y la lucha callejera, vuelven a surgir, como Venus de las olas, sindicatos nuevos, jóvenes, poderosos, altivos”. Y más adelante advierte a los sindicatos que si tratan de obstaculizar el camino de las verdaderas luchas sociales “los dirigentes sindicales, al igual que los dirigentes partidarios en un caso análogo, serán barridos por los acontecimientos, y las luchas económicas y políticas de las masas se librarán sin ellos”.

Contra la posición bolchevique de que era necesario organizar la revolución, estaba más cerca de la consigna menchevique de 1905: “desatar la revolución”.

Trotsky reflejó su posición general en forma muy suscinta –y señaló su error central- en su discurso “Problemas de la guerra civil” de julio de 1924. Sobre la cuestión del momento de la insurrección, dijo:
“Hay que reconocer que el problema de elegir el momento de la insurrección actúa en muchos casos como un papel de tornasol para probar la conciencia revolucionaria de muchos camaradas occidentales que no han perdido el método fatalista y pasivo de tratar los problemas de la revolución. Rosa Luxemburgo constituye el ejemplo más elocuente y talentoso. Sicológicamente, es fácil de entender. Ella se formó, digamos, en la lucha contra el aparato burocrático de la socialdemocracia y los sindicatos alemanes. No se cansó de demostrar que este aparato ahogaba la iniciativa de las masas y no vio otra alternativa que el alza irresistible de éstas, que barrería con todas las barreras y defensas construidas por la burocracia socialdemócrata. Para Rosa Luxemburgo la huelga general revolucionaria, que desborda todos los diques de la sociedad burguesa, era sinónimo de la revolución proletaria.

“Sin embargo, cualquiera sea su poder y masividad, la huelga general no soluciona el problema del poder; solamente lo plantea. Para tomar el poder es necesario, a la vez que se confía en la huelga general, organizar la insurrección. Toda la evolución de Rosa Luxemburgo iba, desde luego, en esa dirección. Pero cuando fue arrancada de la lucha no había dicho su última palabra, ni siquiera la penúltima.”

La evaluación correcta que hizo Rosa de la dirección del PSD y su oposición a la misma la llevaron a cuestionar el centralismo de la organización revolucionaria, del mismo modo que el de una organización reformista, a mirar con escepticismo a la dirección organizativa consciente en general.

Sin embargo, sería erróneo acusarla de rechazar cualquier tipo de organización centralizada. Le preocupaba principalmente el grado de centralización y el carácter de la función directiva del partido. Como dice Trotsky en “Luxemburgo y la Cuarta Internacional”*: “Lo más que puede decirse es que, en su evaluación histórico-filosófica del movimiento obrero, Rosa se quedó corta en la selección de la vanguardia en comparación con las acciones de masas que cabía esperar; mientras que Lenin —sin consolarse con los milagros de las acciones futuras- agrupó a los obreros avanzados y los fundió constante e incansablemente en núcleos firmes, legal o ilegalmente, en las organizaciones de masas o en la clandestinidad, mediante un programa bien definido”.

Los bolcheviques respondieron a Rosa Luxemburgo, en las palabras y en los hechos, en los años subsiguientes. Señalaron que bajo el capitalismo la clase obrera en su conjunto es incapaz de llegar al nivel de conciencia necesario para enfrentar a la burguesía en todos los terrenos, para destruir la autoridad burguesa. Si pediera hacerlo, el capitalismo habría dejado de existir hace mucho tiempo.
La decisión, implacabilidad y unidad de la clase dominante exigen que la clase obrera cree un partido serio y profesional desde todo punto de vista, disciplinado y cimentado por un sólido «cuerdo político en torno a las tareas a realizar, entrenado y capaz de conducir a las masas a la victoria. Ese partido no surge espontáneamente, de la lucha misma. Es un arma que debe ser preparada antes de la lucha.
Lenin tachó las concepciones organizativas de Rosa Luxemburgo de “perogrulladas sobre la organización y la táctica como proceso, a no ser tomadas en serio”.14 No quiso decir, desde luego, que la organización se crea aislada de la situación objetiva, ni que la táctica no evoluciona ni cambia, ni se adapta a la realidad. A la posición luxemburguista de que el proceso histórico se encargaría de crear las organizaciones y elaborar las tácticas de lucha, Lenin contrapuso una relación diametralmente opuesta entre los procesos históricos y el partido: a la organización y la táctica no las crea el proceso, sino los que llegan a comprender el proceso mediante la teoría marxista y se convierten en parte de ese proceso a través de la elaboración de un plan basado en esa comprensión.

Walter Held, dirigente de la sección alemana de la Cuarta Internacional antes de la segunda gran guerra, explicó este concepto mediante una analogía extraída de las ciencias naturales: “‘La fuerza latente en una catarata puede trasformarse en electricidad. Pero no cualquiera es capaz de lograr esa hazaña. La educación y preparación científicas son indispensables. Por otra parte, los ingenieros se ven obligados a trazar sus planes de acuerdo a los recursos naturales existentes. ¿Qué decir, empero del hombre que, en base a esto, se mofa de la ingeniería y ensalza la ‘fuerza elemental del agua que genera electricidad’? Se justificaría que lo hiciéramos callar con nuestras risas. Lo propio ocurre con el proceso social. Fue por ello, y por ninguna otra razón, que Lenin solía bromear acerca de la concepción del ‘proceso de organización’ en contraposición a su concepción.”

Las teorías organizativas contrapuestas de Lenin y Luxemburgo tuvieron su prueba decisiva en el alza revolucionaria de la primera posguerra. El partido que Lenin construyó dirigió a las masas al poder. En Alemania, la falta de un partido y una dirección cohesionados, preparados, educados y disciplinados resultó fatal para la revolución alemana y para muchos revolucionarios valientes.
Observándolas retrospectivamente, las diferencias resultan obvias; la historia ha puesto en evidencia los errores de Luxemburgo. Pero en esa época la cuestión no estaba planteada con tanta claridad. La historia estaba dando la última palabra sobre la naturaleza del partido revolucionario, señalando lo que hacía falta para alcanzar la victoria. Ni siquiera Lenin creía que su obra era tan original. Antes de 1914 sus esfuerzos se concentraban en la creación de un “ala Kautsky-Bebel” en la socialdemocracia rusa. No llegó a comprender el carácter político del “ala Kautsky-Bebel” del PSD hasta varios años después de que Rosa Luxemburgo había dirigido su fuego político contra esos centristas vacilantes.

Sin embargo en los años que siguieron a la Revolución Rusa, después de que fueron extraídas las lecciones de las revoluciones rusa y alemana y la historia resolvió el problema de la concepción organizativa, muchas corrientes en el movimiento obrero siguen rechazando las concepciones fundamentales del Partido Bolchevique, considerando a Rosa Luxemburgo una alternativa revolucionaria frente al leninismo. Estas corrientes fundamentalmente socialdemócratas -que llegaron a igualar leninismo con stalinismo en lugar de reconocer que se trata de polos opuestos- han señalado que Trotsky sustentaba posiciones parecidas a las de Luxemburgo antes de 1917. Por suerte Trotsky estaba vivo para defenderse.

En 1904, Trotsky escribió un folleto titulado Nuestras tareas políticas, uno de cuyos párrafos suele ser citado por muchos adversarios del leninismo, entre ellos Bertram D. Wolfe y Boris Souvarine. Trotsky dice: “Los métodos de Lenin conducen a esto: la organización partidaria sustituye al partido en su conjunto; luego el Comité Central sustituye a la organización; finalmente, un ‘dictador’ sustituye al Comité Central...”

En respuesta a todos sus admiradores antileninistas que citaban con aprobación el pronóstico de Trotsky y veían en su exilio una confirmación de todas las advertencias hechas por Trotsky y Rosa Luxemburgo en 1904, Trotsky afirmó: “Toda la experiencia posterior me ha demostrado que Lenin tenía razón, contra Rosa Luxemburgo y contra mí. Marceau Pivert contrapone el ‘trotskismo’ de 1904 al ‘trotskismo’ de 1939. Pero después de todo en esos años hubo, en Rusia solamente, tres revoluciones. ¿Es que no hemos aprendido nada en estos treinta y cinco años?”

Nadie sabe lo que hubiera dicho Rosa Luxemburgo en la misma situación, pero ella también era capaz de aprender de la historia.

La Revolución Rusa

Ya hemos tratado las críticas más serias de Rosa Luxemburgo a la política de los bolcheviques: sus diferencias sobre la cuestión nacional y sus diferencias organizativas, expresadas en su artículo sobre la Revolución Rusa. Pero plantea toda una serie de problemas que vale la pena discutir. Haría falta un libro para agotarlos, y es justamente en la monumental Historia de la Revolución Rusa de Trotsky donde se encuentran las respuestas más completas. Pero lo que aquí se intenta es simplemente indicar en qué dirección debe buscar el lector las soluciones a los complejísimos problemas que plantea la primera revolución socialista de la historia.

Las circunstancias que rodean la publicación póstuma del artículo sobre la Revolución Rusa que escribió Rosa están explicadas en la nota introductoria a dicho escrito, pero corresponde hacer algunos comentarios adicionales.

Encerrada en la prisión de Breslau, su aislamiento le permitía un acceso muy limitado a las informaciones sobre lo que ocurría en Rusia. Incluso fuera de las cárceles era difícil obtener informes veraces. Podemos compararlo con las dificultades en obtener informes de lo que ocurre hoy en Vietnam, sobre todo en las zonas dominadas por el Gobierno Provisional Revolucionario.

Después de la Revolución de Octubre, el ministro del interior alemán liquidó la libertad de prensa ordenando que “toda explicación o alabanza de las acciones de los revolucionarios en Rusia deben suprimirse”18 Todo lo que en la opinión de los militares servía para desacreditar al gobierno revolucionario de Rusia recibía amplia difusión; todo lo que pudiera ganar simpatías para el mismo era censurado.

Una vez fuera de la cárcel, con acceso a mejor información, Rosa Luxemburgo mantuvo algunas de sus críticas y se retractó de otras. Y en cuanto a muchos otros problemas, la situación no es clara porque nunca volvió a expedirse públicamente sobre ellos. Los tremendos problemas que tuvo que enfrentar la dirección revolucionaria entre noviembre de 1918 y enero de 1919 se convirtieron en su gran preocupación.

Lo que más llama la atención en su proyecto de artículo es que ella no ofrece una política de alternativa, sino que más bien plantea cuál hubiera sido el curso óptimo si la situación hubiese sido diferente; si la revolución proletaria hubiese triunfado simultáneamente en toda Europa; si los obreros alemanes, franceses e ingleses hubiesen podido acudir en ayuda de sus camaradas rusos. En esas condiciones no hubiera existido la necesidad de restringir las libertades democráticas hasta tal punto. No hubieran actuado grandes fuerzas contrarrevolucionarias apoyadas por todas las potencias capitalistas.
Los dirigentes de la Revolución Rusa también lo reconocían. Lenin y Trotsky jamás dejaron de referirse al aislamiento de la revolución y al retraso -y eventual postergación por tiempo indeterminado- de la revolución alemana. Esos factores históricos determinaron en gran medida el rumbo de la Revolución Rusa.

Durante 1918 Rosa Luxemburgo puso el acento una y otra vez en la importancia que tenía la revolución alemana para la supervivencia del régimen bolchevique.

“Todo lo que ocurre en Rusia es comprensible y representa una cadena inevitable de causas y efectos, cuyos eslabones primero y último son: el fracaso del proletariado alemán y la ocupación de Rusia por el imperialismo alemán. Les estaríamos exigiendo algo sobrehumano a Lenin y a sus camaradas si esperáramos que en semejantes circunstancias pudieran crear la mejor democracia, la más ejemplar dictadura del proletariado y una economía socialista floreciente. Con su posición revolucionaria, su fuerza ejemplar para la acción y su inquebrantable lealtad al socialismo internacional, han hecho todo lo que era dable hacer en condiciones tan endiabladamente difíciles... Los bolcheviques han demostrado que son capaces de hacer todo lo que un partido revolucionario puede hacer dentro de los límites de las posibilidades históricas. No pueden hacer milagros. Una revolución proletaria modelo e intachable en un país aislado y agotado por la guerra mundial, estrangulada por el imperialismo y traicionada por el proletariado internacional sería un milagro.”

No podría pedirse una mejor declaración de apoyo a la Revolución Rusa ni una comprensión más clara de sus dificultades. Sus críticas están formuladas en ese marco.

Hacia fines de noviembre de 1918, una vez liberada de la cárcel, escribió a su viejo camarada de la dirección del PSDPyL Adolfo Warsawski, también llamado A. Warski, que en esa época residía en Varsovia:

“Si nuestro partido [PSDPyL] se siente entusiasmado con el bolchevismo y al mismo tiempo se opuso a la paz bolchevique de Brest-Litovsk, y además se opone a su línea de autodeterminación, entonces lo nuestro es entusiasmo combinado con un espíritu crítico. ¿Qué más se nos puede pedir?

“Compartía todas sus dudas y reservas, pero he desechado las que se refieren a las cuestiones más importantes y en las demás jamás fui tan lejos como usted. El terrorismo es síntoma de graves debilidades internas [...] pero está dirigido contra enemigos que [...] tienen apoyo y estímulo de los capitalistas extranjeros. Una vez que se produzca la revolución europea, los contrarrevolucionarios rusos no sólo perderán este apoyo; también, lo que es más importante, perderán todo su coraje. El terror bolchevique es, por sobre todas las cosas, el reflejo de la debilidad del proletariado europeo. Naturalmente, la situación agraria constituye el problema más grave de la Revolución Rusa. Pero aquí también es válido lo de que la más grande las revoluciones sólo puede lograr lo que ha madurado por [el desarrollo] de las circunstancias sociales. Sólo la revolución europea puede hacerlo. ¡Y se viene!”

Las críticas más importantes que Rosa Luxemburgo formuló a la política bolchevique se dirigieron contra la firma del tratado de Brest-Litovsk, la disolución de la Asamblea Constituyente, el reparto de la tierra a los campesinos y la violencia revolucionaria.

Se opuso a la decisión de los bolcheviques de firmar un tratado de paz por separado con el gobierno alemán a principios de 1918 porque pensaba que eso significaba ceder una gran parte de la Rusia revolucionaria a la contrarrevolución, es decir, al imperialismo alemán. Temía que postergara el fin de la guerra y condujera a una victoria de los ejércitos alemanes.

Aunque sus temores resultaron infundados, no era la única que los sustentaba. Los compartía casi la mayoría del Comité Central bolchevique. Recién después de que quedó claro que el ejército alemán tenía la intención y la capacidad de conquistar sectores aun mayores de territorio ruso mediante el avance militar, Lenin logró convencer a la mayoría del Comité Central de que debía firmarse el tratado de Brest-Litovsk, a pesar de los términos desfavorables. Lenin temía que el precio de no firmar un tratado de paz con las Potencias Centrales sería la firma de la paz entre Alemania y sus enemigos imperialistas, seguida de una coalición entre todas las potencias capitalistas para invadir la Rusia revolucionaria.

Dichos temores se materializaron posteriormente, a pesar de la firma del tratado de Brest-Litovsk, pero mientras tanto las masas rusas, hartas de guerra, ganaron un respiro, el gobierno revolucionario empezó a consolidarse, se profundizó el proceso revolucionario en los territorios ocupados por los alemanes y se sentaron las bases del Ejército Rojo; en fin, el tratado de Brest-Litovsk, a pesar de los temores de todos los que se le opusieron, fue la única salida para el gobierno bolchevique y posibilitó la victoria posterior de la revolución. No fue por opción sino por una necesidad de hierro que los bolcheviques firmaron el tratado.

Encerrada en la cárcel, Rosa criticó acerbamente la disolución de la Asamblea Constituyente, elegida inmediatamente después del triunfo de la Revolución de Octubre. Cambió de posición cuando se halló en libertad. Durante la insurrección revolucionaria de noviembre y diciembre de 1918 la Liga Espartaco comprendió rápidamente que el llamado a Asamblea Constituyente era el grito de guerra del PSD y de otros contrarrevolucionarios. Al llamado a Asamblea Constituyente, Espartaco opuso la consigna de traspaso del poder a los Consejos de Obreros y Soldados. Así, obligados por la lógica de su propia lucha contra los personeros de la contrarrevolución, Espartaco elaboró una posición parecida a la bolchevique, y Rosa comprendió rápidamente que el problema no era tan simple como podía parecer desde Breslau.

Sin embargo, en el ensayo escrito en prisión su error fundamental en cuanto a la democracia revolucionaria fue el de ignorar el papel de los soviets, la institución más democrática de los tiempos modernos.
Los bolcheviques no disolvieron la Asamblea Constituyente porque la mayoría les era adversa. Si los bolcheviques y socialrevolucionarios de izquierda hubieran tenido la mayoría, se habrían disuelto y delegado su autoridad en los soviets, que de todas maneras detentaban el poder. Disolvieron la Asamblea Constituyente porque no era en absoluto representativa, como lo explica Trotsky en el trabajo citado por Rosa Luxemburgo, y lejos de constituir un organismo más de la democracia obrera, sujeto a la presión de las masas, se hubiera convertido rápidamente en una tribuna de la contrarrevolución. Una vez disuelta, desapareció la necesidad de la Asamblea Constituyente, puesto que los soviets asumieron las funciones de ese organismo.
Rosa Luxemburgo llegó rápidamente a la comprensión de estos problemas a través de sus experiencias en la revolución alemana.

Ella enmarca cuidadosamente sus críticas a la política agraria de los bolcheviques en las tareas históricas a realizar y en las tremendas dificultades que acarrea la victoria de la revolución socialista en uno de los países capitalistas más atrasados.

En los países de Europa Occidental las revoluciones burguesas habían destruido en gran medida las relaciones agrarias feudales; Rusia era un país donde la mayoría de los campesinos no poseían tierras. La Revolución de Febrero fue, para los campesinos, el inicio de la lucha contra los terratenientes, el despertar de su conciencia. A partir de las primeras consignas cautelosas, como la reducción de los arrendamientos y otras mejoras en su intolerable situación, el movimiento campesino ganó rápidamente en profundidad, envergadura y contenido político. Propiedad tras propiedad era saqueada, incendiada y la tierra distribuida, ya meses antes de la victoria de la Revolución de Octubre.

Aunque la división de las grandes propiedades figuraba formalmente en el programa de los socialrevolucionarios, el partido de masas del campesinado, éstos se opusieron a la toma de la tierra por los campesinos porque esas acciones hacían peligrar el apoyo de la burguesía terrateniente a la coalición gubernamental que integraban los socialrevolucionarios.

Durante el verano y el otoño de 1917, cuando el gobierno menchevique eserista (socialrevolucionario) comenzó a enviar tropas contra los campesinos y para protección de los terratenientes, el campesinado comenzó a respaldar más y más a los bolcheviques, que prometían apoyar la toma de las tierras.

En otras palabras, la expropiación de las grandes propiedades y la distribución de la tierra entre los campesinos no era simplemente una política realizada por los bolcheviques, sino un hecho en gran medida consumado antes de la llegada de los bolcheviques al poder. Oponerse a la división de las grandes propiedades hubiera provocado una guerra contra el campesinado y la derrota de la revolución, así como esa política por parte de los mencheviques provocó la caída del gobierno burgués.

Así lo reconoció Rosa Luxemburgo: “La solución del problema mediante la toma y distribución directa e inmediata de la tierra por los campesinos fue seguramente la fórmula más breve, simple y clara para lograr dos cosas: liquidar la gran propiedad terrateniente y ligar a los campesinos al gobierno revolucionario en forma inmediata. Como medida política de fortalecimiento del gobierno socialista proletario, fue una jugada táctica excelente.”

Acertó, desde luego, cuando señaló los peligros que ello podría entrañar para la revolución si el proceso no se revertía y si un sector importante de campesinos ricos llegaba a incrementar su poder. Reconoció la necesidad absoluta de solucionar el problema agrario, que la revolución burguesa jamás había resuelto en el imperio zarista; pero no vio cómo esta tarea se combinaba con las tareas de la revolución proletaria. Aprobó la nacionalización de las grandes propiedades pero propuso que se las dejara intactas y se las hiciera funcionar como unidades agrícolas en gran escala. Aunque correcta en teoría, esa política estaba mucho más allá de las posibilidades históricas.

Los bolcheviques ganaron el apoyo del campesinado con la política agraria que adoptaron, y sólo la alianza con los campesinos permitió a la revolución derrotar a las fuerzas contrarrevolucionarias coligadas.

La última gran crítica de Rosa Luxemburgo a la política bolchevique estaba dirigida contra la utilización de la violencia para aplastar la contrarrevolución. Su posición era fundamentalmente moral, un rechazo humanitario de la utilización de la fuerza o la violencia para destruir una vida. Pero sería erróneo colocarla en el campo de los pacifistas liberales que se oponen hipócritamente a todo tipo de violencia.

Estaba totalmente de acuerdo en que de ninguna manera puede compararse la violencia del oprimido con la del opresor. Esta se justifica, la otra no. No había en su mente confusión alguna en cuanto al origen de la violencia y destrucción más grandes que había conocido la humanidad. El 24 de noviembre de 1918 escribió en Rote Fahne:

“[Aquellos] que enviaron a 1,5 millones de jóvenes alemanes a la masacre sin pestañear, que durante cuatro años apoyaron con todos los medios a su disposición el derramamiento de sangre más grande que conozca la humanidad, se enronquecen gritando sobre el ‘terror’ y las supuestas ‘monstruosidades’ de la dictadura del proletariado. Pero estos caballeros deberían contemplar su propia historia.”

Comprendió muy bien que ninguna revolución podía consolidarse sin aplastar violentamente a las viejas fuerzas dominantes; ninguna revolución en la historia había logrado triunfar sin emplear la violencia, ninguna lo lograría. Pero deseaba fervientemente lo contrario y se lamentaba de que las fuerzas revolucionarias en la Unión Soviética fueran tan débiles que tenían que recurrir a la violencia para aplastar a la contrarrevolución.

Al mismo tiempo comprendía que la debilidad de la revolución era un reflejo de su aislamiento internacional. Comprendía que el triunfo de la revolución en Alemania disminuiría la necesidad de la violencia en Rusia y que cada triunfo revolucionario debilitaría a las fuerzas de la contrarrevolución y disminuiría la necesidad de la violencia.
Una vez más, sus críticas a los bolcheviques se reducían a exhortar a los obreros alemanes a acudir en ayuda de sus camaradas rusos. Cuando escribió: “No cabe duda [...] de que Lenin y Trotsky [...] han adoptado más de una medida decisiva con grandes vacilaciones internas y oponiéndose íntimamente a ello”, se refería probablemente a la violencia y la íntima repugnancia que le provocaba, aunque entendía plenamente su necesidad. Comprendía que en caso de triunfar la contrarrevolución la violencia que ésta desataría sería infinitamente más implacable y bárbara que la violencia revolucionaria de la clase que actuaba con la historia a su favor.

Rosa Luxemburgo concluye su artículo sobre la Revolución Rusa en el mismo tono con que lo inicia: con el apoyo inequívoco a los bolcheviques, proclamando que el futuro del mundo está en manos del bolchevismo.

Sólo los más necios e hipócritas son capaces de distorsionar sus ideas para hacerla aparecer como enemiga del comunismo. Sus propias palabras la defienden mejor que cualquier comentario:
“Todo lo que un partido podía dar en cuanto a coraje, clarividencia revolucionaria y coherencia, Lenin, Trotsky y sus camaradas lo han brindado en buena medida. El honor y capacidad revolucionaria que le falta a la socialdemocracia occidental, lo tienen los bolcheviques. Su Insurrección de Octubre no fue sólo la salvación de la Revolución Rusa; fue también la salvación del honor del socialismo internacional.”

Una revolucionaria

Esta selección relata la vida de Rosa Luxemburgo a través de sus propias palabras. Registra sus principales batallas, las posiciones que asumió en todas las cuestiones importantes que en su momento dividieron a la izquierda, las respuestas que dio a los que no concordaban con ella. Como se dijo más arriba, pocos de sus contemporáneos pudieron demostrar tanta coherencia revolucionaria.
En cierta manera, los escritos dicen más sobre ella que cualquier biografía. Han sido dispuestos en orden cronológico para mostrar su vida y sus ideas políticas en desarrollo. La creciente madurez y confianza que reflejan sus escritos, al igual que su estilo más fluido, se vuelven obvios a medida que se avanza en ellos. La lectura de los primeros escritos requiere mayor esfuerzo. Parecen más rígidos y cohibidos. El estilo de todos los escritos parece un poco retórico, al menos para el lector moderno, y más de una vez uno desea que ella hubiera dicho lo que quería decir y pasado a otra cosa. Pero, al igual que muchos intelectuales revolucionarios de su generación, se ganaba la vida con el periodismo, y este no es un gran incentivo para la brevedad de estilo.

Sin embargo, sus artículos están bien construidos, sin cabos sueltos ni argumentos extraños. Su estilo es irónico y agudo, sobre todo cuando se dirige a sus archienemigos del PSD y expresa todo su desprecio por su cobardía, su oportunismo y su rastrerismo ante el poder omnipotente del capital.

La información biográfica e histórica de las notas introductorias a cada escrito proviene en gran medida de las biografías de Paul Frölich y J.P. Nettl.

Frölich fue dirigente de la Liga Espartaco en los meses que siguieron a la Primera Guerra Mundial. La Liga se convirtió en Partido Comunista Alemán y él permaneció en el mismo durante casi diez años. Fue expulsado en 1928 y luego pasó por una serie de agrupaciones políticas. Escribió su biografía de Rosa Luxemburgo a fines de los años 30, cuando estaba exiliado en Francia luego del ascenso de Hitler al poder. Esta biografía brinda mucha información de primera mano, sobre todo acerca de los últimos meses de vida de Rosa, pero sus juicios políticos se ven afectados por el subjetivismo. Por ejemplo, tiende a supersimplificar las razones del fracaso de la Revolución Alemana de 1919, atribuyéndolo a las condiciones extremadamente difíciles, como si todas las revoluciones no se realizaran bajo “circunstancias extremadamente difíciles”. No trata adecuadamente las diferencias entre las organizaciones construidas respectivamente por Rosa Luxemburgo y por Lenin.

La biografía en dos tomos de J. P. Nettl apareció en 1966 y es sumamente valiosa desde el punto de vista de la investigación y el trabajo académico. La biografía de Nettl es más digna de confianza que la de Frölich en cuanto a nombres, fechas y otros datos. Tiene anotaciones y referencias extensas y es muy rica en informes sobre la vida y escritos, libros, folletos, artículos periodísticos y correspondencia de Rosa Luxemburgo. Es muy valiosa su investigación sobre sus trabajos en Polonia.

Desgraciadamente, Nettl no hace un cuadro de la época en la que Rosa vivió y no comprende la esencia de muchas de sus polémicas políticas. Su antileninismo mal informado es tan irritante como su actitud profesoral, pero su trabajo será sin duda la biografía más completa que tendremos por mucho tiempo.

Poco puede decirse en conclusión sobre Rosa Luxemburgo que no parezca superfluo. Su seriedad, su dedicación abnegada a la liberación de la humanidad, su disciplina y su coraje se reflejan en las páginas que siguen. El mayor tributo que puede rendírsele es proclamar que en lo más profundo de su ser Rosa Luxemburgo fue una revolucionaria: una de las más grandes que produjo la humanidad.

Mary Alice Waters