Texto extraído de: sebasmartinrecio.blogspot.com
Yo sé porqué Llamazares no fue a la cena homenaje del Rey en sus 70 años. Y lo voy a contar, sin ánimo de provocar animadversión, ni siquiera de molestar a nadie...
Todos conocemos la austeridad de la Casa Real. Nadie se cree las historias de los casinos de Suiza, las fortunas amasadas, ni el papel de personajes extraños que aparecen en los escándalos de las torres KIO u otros asuntos turbios que hasta llegan a involucrar al Rey con el tema del uso de los fondos reservados...
Él no esperaba que en estas fechas ocurriese lo que ha ocurrido. Resulta que los partidarios de la III República en España iban ganando terreno en la opinión pública y cada vez más simpatías. Para colmo, algunos energúmenos de la derecha estaban cuestionando su papel y hasta la Esperanza Aguirre del PP se permitió exigirle un mejor trato para un líder de la COPE... “que los obispos se preocupen de esta emisora en vez de la Corona” dicen que dijo...
En estas circunstancias adversas, la casa Real necesitaba un cable, claramente necesitaba una ofensiva mediática... Había que conectar lo más rancio de nuestra historia con el populismo barato, volver a los tiempos, simbólicamente hablando, de la España Imperial... “¿Por qué no te callas?” dijo el “Rey de las colonias”... Pero eso fue poco.
El PSOE preparó la campaña mediática de soporte de la Corona y de la Monarquía. Y así vimos tantos programas y spots en TV de personajes, cantantes, cocineros, artistas, deportistas... la españa agradecida a su rey porque “le había traído la democracia” y por lo buena gente que es, y por lo bien que lo estaba haciendo.
Y en esto llegó la cena de cumpleaños. Se apuntaron el ciento y la madre a la comida con “el patrón”. Una ruina, vamos, cerca de quinientos, todos para comer allí, en barra libre. El asesor pertinente, con el permiso de su majestad, contrató los servicios de un catering advirtiendo que no podían gastar más de lo necesario, o sea, casi nada... Y el cocinero jefe no tuvo más remedio que aguzar el ingenio para encontrar la cuadratura del círculo contable con la comilona.
Apareció así, en pleno debate sobre la necesidad de comer conejo (en otros tiempos aconsejaban comer un plátano al día, que venga Freud y explique qué pasa aquí), el pollo. El legendario pollo que recorre las ferias, objeto del deseo convertido en granja, también impulsado por la TV de los años 60... Pero no un pollo cualquiera, habría de ser un pollo muy especial, un capón. Y el cocinero, en su ánimo de personalizar y tratar a los invitados por su nombre, puso en cada cubierto el capón que a cada cual correspondía: “el capón de Felipe González”, “el capón de Aznar”, y el más grande “el capón del Rey”...
Era un escenario insólito, todas las mesas llenas de capones. A los postres, no se sabe porqué, uno de los cocineros, al parecer un republicano de mala índole, tomó la palabra con la excusa de felicitar a su jefe y dijo: “estos capones son todos unos capones” No le dejaron terminar.
Gaspar Llamazares, casualmente, estaba en la carnicería cuando los del catering compraban los capones y los bautizaban...
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